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viernes, 12 de septiembre de 2014

EN EL MAS ALLÁ

EN EL MAS ALLÁ ALLAN Kardec, al codificar la filosofía Espirita, no dijo la ultima palabra, ni fijo conceptos definitivos. Los seres del espacio, a través de distintas mediumnidades, han venido descorriendo más y más el velo que nos oculta la vida en el Más Allá... La vida en el Más Allá, consiste en un número de esferas diferentes que representan varios grados de luminosidad y felicidad, a cada una de las cuales vamos después de la muerte, según las condiciones espirituales que tenemos en vida. Allí somos juzgados, de una manera automática por una especie de ley espiritual que determina el resultado último por el resultado total de nuestra vida, de suerte que la absolución o el arrepentimiento en el lecho de muerte son de poco provecho. La vida es solo una preparación para estas esferas. En la Tierra nos aleccionamos y el mundo espiritual es el premio, nuestro verdadero hogar, nuestra verdadera vida: “el sol tras la lluvia”. Muchas personas creen que las ideas que han dicho infinidad de espíritus son creaciones de la imaginación y están equivocadas estas personas, allí existe lo que llamamos la cuarta dimensión, las esferas son reales como las de la Tierra, en todo semejante. Solo el cambio de condiciones hace la diferencia. Allí hay flores, frutas, bellos paisajes, animales y pájaros como entre nosotros. Las condiciones materiales son diferentes... Para, formarnos una idea más exacta del reino de las almas, podemos figurarnos un infinito campo poblado de estancias y moradas, en cada una de las cuales viven inteligencias desencarnadas, realizando las obras a que les lleva la vehemencia de sus afectos, sus convicciones y sus anhelos. Todas las manifestaciones de la vida en los planos físicos, son como una copia de lo que sucede en las eternas moradas donde guarda el Creador sus secretos casi, incomprensibles para la mente humana terrestre. Mientras nos hallamos en el cuerpo material, no nos hacemos una idea exacta, de lo que es en realidad, la vida más allá de la muerte. La muerte, nos creemos, que es una especie de liberación del Espíritu, y nada más. Las dificultades son bastantes, cuando desencarnamos. Entre el acto de perder el cuerpo físico y la iniciación de la reencarnación o de la elevación tenemos un tiempo, y el contenido de ese tiempo reside en nosotros mismos. ¡Cuantos óbices a vencer!, ¡ Cuantos enigmas a solucionar!. ¡No debemos creernos a tono con la ley, por haber atendido a pequeños deberes de solidaridad humana, por haber recibido la manifiesta protección de un ser espiritual!. Debemos ayudarnos a nosotros mismos, en el desempeño de las obligaciones evangélicas. El Espiritismo no es solamente una gracia recibida, es también la necesidad de espiritualizarnos para alcanzar las esferas superiores. El Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo no es solamente el conjunto brillante de enseñanzas sublimes, propias para ser comentadas en nuestras adoctrinaciones. Es Código de Sabiduría Celestial, cuyos dispositivos no podemos confundir. La mente humana atrae ondas de fuerza, que varían de acuerdo con las emisiones que caracterizan sus actividades. El médium proyecta energías en busca de nuestro campo de acción y las recibe de la esfera espiritual con intensidad indescriptible. Si no hay combinación fluidico- magnético entre el espíritu comunicante y el receptor humano, el intento solamente podrá realizarse parcialmente. El visitante, del otro mundo, depende de las organizaciones que lo acogen. Si el médium rehuye la obligación de mantener el equilibrio físico-psíquico, y si los compañeros que integran su grupo de trabajo se hallan distraídos, sin la precisa comprensión de los deberes que les competen, resulta impracticable el aprovechamiento de los recursos que nos ofrecen para el bien. Los espíritus de la vida Superior, tienen necesidad de la cooperación elevada, para poder manifestarse en las obras de amor y de fe, en la misma forma en que las entidades al mal reclaman el concurso de baja especie de las criaturas perversas o ignorantes, en el escenario carnal. Por mas que intenten los mensajeros espirituales describir la grandeza de las demostraciones del alma eterna en los oídos del hombre que permanece en el mundo, jamás encontrara recursos con que exponer la realidad, el espíritu encarnado es incapaz de traducir la belleza celeste. La sensibilidad desarrollada en la ciencia o en la virtud, la percibe como un relámpago fugaz, intentando aprisionarla en la palabra, en el sonido y en el color accesibles a la apreciación humana; pero los artificios de la inteligencia no son suficientes para fijar la claridad divina. La infinita Sabiduría designa tribunales para juzgar a aquellos que no la conocen, porque la ignorancia reclama lecciones, a veces rudas, de los planos exteriores; pero los hijos del conocimiento santificante, se condenan o se salvan a si mismos. Los sordos voluntarios exigen fenómenos clamorosos en el terreno de la expiación, para que se les desarrolle la acústica; y los ciegos de ese jaez piden medidas espectaculares, en los círculos del dolor, con el fin que se les dilate la visión. Para los que aceptan la gracia de la Revelación Divina, semejantes providencias son inútiles. La propia conciencia labra en estas almas irrevocables arrestos. Somos el fruto de nuestra siembra. Erramos y acertamos, aprendiendo, corrigiendo y perfeccionando siempre, hasta lograr la conquista del Supremo Equilibrio. Ningún aprendiz ha alcanzado todas las enseñanzas de una vez. La muerte para el hombre que no ha alcanzado los altos niveles de la Humanidad, es una pausa vendita en la cual le es posible abrirse a la prosperidad en los principios más nobles. Atesora en espíritu, para distribuir más tarde bendiciones de vida inmortal en las oscuras esferas de la reencarnación. Herederos de muchos siglos de experiencia carnal, al hombre le es imposible lograr la definitiva ascensión de un día para otro. Es indispensable planear el bien, y realizarlo; sembrar la felicidad y recogerla, a costa de sudor y sacrificio en el trabajo personal. En la experiencia humana, tenemos la siembra. En la vida Espiritual que nos es accesible, comienza la cosecha. El favoritismo no existe en el Gobierno Universal. La infinita Sabiduría solamente nos indica, a través de la Ley. Hay Espíritus que se preparan en el mundo para la bendita primavera del trabajo pacifico en la esfera superior; y hay otros que se encaminan, voluntariamente, hacia el invierno de las angustias y de las tinieblas, tan pronto como dejan el cuerpo carnal. Todos aquellos que de alguna manera estuvieron juntos en unión fraternal, en comunión de intereses espirituales, constituirán la legión afectiva con la cual seguiremos adelante, distribuyendo el amor, la luz y la verdad. Nuestra acción mental en las estrechas líneas de la vida física, es un simple ensayo para las labores que esperan nuestra cooperación después de la muerte. Sobresalen, a nuestro alrededor, multitud de necesidades de iluminación redentora. Es necesario no desanimarse ni estacionarse. Hemos de conquistar posibilidades valiosas de servir, por los conocimientos que hemos adquirido, y si las atenciones materiales terminaron con el atestado de óbito pasado al viejo cuerpo, las tareas edificantes prosiguen activas, reclamando nuestra atención. Formamos la caravana que jamás se disuelve. Con las manos entrelazadas en la labor del bien, no reposaremos sino en el Maestro que de cerca sigue nuestra buena voluntad. Es necesario, encontrar la paz dentro de nosotros mismos, en la batalla por la victoria de la luz, tal como el Señor lo demostró perseguido y crucificado. Hemos de alejar el descanso destructivo como el de aquellos que procuran el Cielo sin credenciales del Reino Divino en si mismos. Lamentaremos, muchas veces, no poseer, cha, más amplio desenvolvimiento de la luz eterna; con todo, cualquier desaliento de nuestra parte en el esfuerzo salvador, significa indebida reacción de nuestra voluntad caprichosa contra las soberanos y justos designios de Arriba. No nos detengamos a examinar la exigüidad de nuestros recursos. Dilatémoslos utilizando las posibilidades que Jesús nos confió. ¡Cediendo a los impulsos que presiden nuestros instintos primitivos, nos despreocupamos de adquirir simplicidad y amor, paciencia y renunciación, resignación y esperanza; dadivas de la vida eterna que el Héroe Celestial nos ofreció a los pies de la Cruz!. Nos impresionamos con el Salvador en las claridades sublimes de la Resurrección, pero olvidamos al Maestro Crucificado. Nos agrada disponer, pero desdeñamos la disciplina. Ejercemos severo examen sobre los actos ajenos, sin establecer la más mínima vigilancia sobre nuestro propio corazón. Nos entendemos perfectamente con el ruido y con la liviandad del mundo que envuelve nuestros sentidos inferiores, pero raramente nos comunicamos con el Espíritu Sublime de Cristo, en la propia conciencia. Sabemos caer deprisa, pero difícilmente nos decidimos a levantarnos. Nos adornamos con laS flores de un día y perdemos los frutos de la eternidad. Nos habituamos a pedir bendiciones del Eterno y, cuando las recibimos, nos disponemos a dormir indefinidamente. Llenamos la tierra de palabras brillantes, olvidando que la victoria, en el bien es más concreta en aquellos que oyen el consejo sabio y lo aplican. Es por eso, que llegamos sin lámpara propia a las eminencias de la vida, incapaces de contemplar el brillo solar por nuestra deficiencia de luz. Pero el todo Misericordioso jamás nos cierra las puertas del servicio de elevación. Sin las cualidades que santifiquen el carácter, dignifiquen la personalidad, espiritualicen el raciocinio, e iluminen el corazón, es impracticable la felicidad en los más gloriosos mundos. La lámpara puede ser tímida y pobre; no obstante si posee material equilibrado y perfecto para sintonizarse con la Sed de la Fuerza, producirá luz y belleza, en silencio. Hemos de renovarnos, así, embelleciendo las posibilidades interiores, podremos comunicarnos con el Supremo Donador de la Vida, a través de los hilos invisibles de amor, que lo unen con el Universo infinito. Dejemos que rujan las tempestades en el mundo, olvidemos las recordaciones violentas del pasado, y emerjamos del “hombre viejo” dirigiéndonos a lo alto y entonces irradiara nuestra luz brillante y pura. ¡Amemos el trabajo transformador! ¡La vida nada debe a los inútiles! Somos ramas de la Vid Divina, y nuestra felicidad exige la savia inmortal que procede de las raíces profundas. Sin ese alimento, nos convertimos en gajos secos e improductivos. ¡Atravesemos valerosos esta hora de transición!. Reanimemosno en el Señor, y no desfallezcamos. Tenemos que cambiar el rumbo. No podemos avanzar con el alma a oscuras. Somos agraciados con la benevolencia de muchos amigos que rodean nuestro espíritu de atenciones y de ternura, pero en lo recóndito de nuestro ser, están las señales de nuestra falta de adaptación al Reino del Señor, que todos ambicionamos servir; antes de extenderlo a los demás, es indispensable construirlo dentro de uno mismo, no pasamos de ser mendigo de la luz. Hemos de suplicar al Señor, que desarrolle nuestra visibilidad espiritual. Es necesario e ineludible nuestro reajuste antes de entregarnos a nuevas empresas. El Señor es bondadoso con sus criaturas, no las fuerza a tener que esperar siempre. En la reencarnación tenemos el más valioso instituto educativo. Una vez en el cuerpo físico, el hombre olvida los imperativos de su permanencia en los distintos grados de la preparación, y se dedica a la conquista de inutilidades o ventajas efímeras, cuando no se erige en un tirano o en un crítico de sus propios hermanos de lucha. Vicia su mente en la ociosidad, ante la gloriosa bendición recibida, y muchas veces, abandona la escuela de la carne en deplorables condiciones morales, por las deudas adquiridas en el mal huso del libre albedrío; ante las leyes ineludibles que gobiernan la vida. En vez de respetar las materias de servicio redentor y utilizarlas en beneficio de si mismo, los aprendices de la sabiduría, en la actuación terrenal, las utilizan con indiferencia en perjuicio propio, cuando no las aprovechan lamentablemente en la perpetración de faltas criminales. Por tanto, cuando el alma deja el plano terrenal seguida de valores intercesores de la devoción fraternal, por la buena voluntad que demostró a sus semejantes, le es permitido frecuentar las instituciones iluminativas más allá de la muerte, con posibilidades en la acción practica, entre los núcleos de entidades inferiores. Se comprende entonces, que todos los conflictos de la lucha carnal se revisten de sublimes finalidades. Así como el suelo bruto ayuda al labrador y lo educa mediante el trabajo que lo mejora y enriquece, así también las inteligencias inferiores y rudas benefician a los espíritus Superiores en conocimientos y en virtud, cuando se interesan en la dilatación de sus propios poderes, como en un grupo escolar el lucro legitimo pertenece a aquel que enseña y se dedica a la preparación de alumnos distraídos e ingratos. “Cada espíritu es un mundo vivo en movimiento propio, con sujeción a las causas que creo para si mismo en el curso del tiempo, gravitando en torno de la Ley Eterna que rige la Vida Cósmica”. “Dos terceras partes de las criaturas humanas encarnadas en la superficie de la Tierra, se demoran en la jornada evolutiva que va de la Irracionalidad a la Inteligencia o de la Inteligencia a la Razón. La otra tercera parte restante se halla en transito de la Razón a la Humanidad. Fuera del cuerpo terrestre, pero ligados al mismo plano, evolucionan millones de seres pensantes, en las mismas condiciones. “En esferas más elevadas del Planeta, otros miles de millones de almas se dirigen de la Humanidad a la Angelitud”. “El proceso de la educación del ser hacia la Divinidad, tiene su base en la reencarnación y en el trabajo incesante”. “El instituto de la compensaciones funciona igualmente para todos”. “Nadie elude las leyes universales”. “Los recursos de la dignificación de la individualidad permanecen a la disposición de la comunidad planetaria en las diversas escuelas religiosas de la Tierra; escuelas que se diferencian en el culto externo, pero que, en el fondo y en esencia, se hermanan en la Fuente de la Eterna Verdad, en que la integración del Alma con la Luz Divina se realiza por intermedio del Supremo Bien”. “Jesús es el Ministro de lo Absoluto, junto a las colectividades que progresan en los círculos terrenales. Los grandes instructores del mundo, fundadores de distintos sistemas de fe representan mensajeros de El, que nos gobierna desde el principio”. “Toda criatura humana posee en si misma las semillas de la Sabiduría y del Amor. Cuando ambiente esos divinos gérmenes dentro de si misma, y los desenvuelva ampliamente a través de los siglos incesantes, conquistara las condiciones del Sabio y del Ángel, que se revelan en la sublime personalidad de los Hijos de Dios, en mayoría de edad divina”. Nadie podrá escapar a los imperativos del propio mejoramiento. Los espíritus holgazanes atrasaran su marcha deteniéndose en la rebeldía o en la inercia, y serán aprovechados, en la obra regeneradora o evolutiva, a la manera corrosivos que sirven para las tareas de limpieza utilizados por manos hábiles. Pero los hijos del arrepentimiento y de buena voluntad, encontraran mil modos de actuar y servir, en el extenso campo del bien. En las altas cimas, se congregaran asambleas de venerables benefactores a favor de millones de seres; pero ningún espíritu podrá sentarse en un trono que no edifico, ni brillara con lámpara ajena. No podemos santificarnos de una sola vez, y si todos los pecadores se negaran a trabajar en el bien, alegando que se sienten malos e ingratos, ¿ como podríamos esperar una vida mejor en el mundo?. Si los espíritus comprometidos con la Ley no se resuelven a colaborar en el rescate de sus propias deudas, por el hecho de reconocerse deudores, jamás alcanzaremos la liquidación de las cuentas humanas. El trabajo es una de las mayores bendiciones de Dios en el campo de las horas. Si realizamos el bien, el triste se reconforta, el criminal se regenera. Practicar el bien, dando algo de nosotros mismos, en las adquisiciones de alegría y felicidad para los otros, es el don sublime por excelencia, y en razón de eso, hemos de prepararnos para ser más espontáneos en el concurso fraterno, más eficientes y pronto en la acción de servir. - Merchita.- Trabajo extraido de "Volví", de Chico Xavier

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