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lunes, 20 de septiembre de 2010

LEY DE IGUALDAD




Todos los hombres son iguales ante Dios, todos tienden a un mismo fin. El derecho a la igualdad es aquel derecho inherente que tienen todos los seres humanos a ser reconocidos como iguales ante la ley y de disfrutar de todos los demás derechos otorgados de manera incondicional, es decir, sin discriminación por motivos de nacionalidad, raza, creencias o cualquier otro motivo.

Todos los seres están sujetos a las mismas leyes naturales; “todos nacen igualmente débiles, están expuestos a los mismos dolores, y el cuerpo del rico se destruye lo mismo que el del pobre. Dios no ha dado, pues, a ningún hombre superioridad natural, ni en lo referente al nacimiento ni en cuanto a la muerte. Todos son iguales ante Él.

La igualdad es un término que se utiliza para describir que todos somos iguales y que hay que tratarnos bien y sin subestimar a otros y sin criticarlos por sus gustos, color o nacionalidad. ¿Por qué es importante la igualdad entre hombres y mujeres? La igualdad debe darse en todos los campos de géneros, es una de las principales acciones que hay que lograr para que se dé un desarrollo de nuestra sociedad.

Creados a imagen del Dios único, dotados de una misma alma racional, todos los hombres poseen una misma naturaleza y un mismo origen. Rescatados por el sacrificio de Cristo, todos son llamados a participar en la misma bienaventuranza divina: todos gozan por tanto de una misma dignidad.

Durante la Historia se han violado constantemente los Derechos Humanos, es decir, que este valor no ha sido respetado, causándose por ello grandes y numerosas desgracias a nivel universal, como las conquistas, el sometimiento de pueblos, la esclavitud...

La desigualdad ha estado presente desde el principio de los tiempos, y los pueblos han mantenido una lucha constante contra ella aunque en muy pocas ocasiones consiguieron la igualdad propuesta, y fue durante la Revolución Francesa, cuando se alcanzó su integridad como concepto y empezó a ser un valor defendido globalmente, representado en el lema: “Libertad, igualdad y fraternidad”.

Dios nos ha creado a todos los Espíritus iguales; pero cada uno de ellos ha vivido más o menos tiempo, y por consiguiente ha desarrollado más o menos aptitudes. La diferencia proviene de su grado de experiencia y de su voluntad que es el libre albedrio.

Dios no ha creado la desigualdad de facultades: pero ha permitido que los diferentes grados de desarrollo estuviesen en contacto, con el fin de que los más adelantados puedan favorecer al progreso de los más atrasados, y también, que a través de necesitarse unos a los otros, comprendiesen la ley de caridad que ha de unirlos.

La desigualdad social es obra del hombre, no de Dios. La igualdad entre los hombres se deriva esencialmente de su dignidad personal y de los derechos que dimanan de ella:

Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las circunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas.

Todos debemos luchar para que las instituciones terrenales se perfeccionen, para alcanzar que los privilegios de casta o de nacimiento desaparezcan. El mejor medio para alcanzar ese objetivo, es necesario la cristianización del hombre, así, él cumplirá con sus deberes para consigo mismo, para con el prójimo y para con Dios.

Los Espíritus que ayudaron a Kardec a componer el “Libro de los Espíritus” dijeron, que Dios otorgo a ambos sexos los mismos derechos, bajo cualquier punto de vista, y que la situación de inferioridad en la que se halla la mujer, en casi todo el mundo, es debida “al predominio injusto y cruel que sobre ella asumió el hombre”, es decir, “el abuso de la fuerza sobre la debilidad. Las investigaciones corroboran efectivamente que la supremacía masculina solo fue obtenida por la violencia, pues la mujer ha auxiliado al hombre y acompañado en las glorias de que se jacta.

Y aunque haya existido un periodo en la evolución de la sociedad en que la mujer haya ejercido un papel predominante en la familia y en la tribu, incluso teniendo la iniciativa de tomar marido, o maridos, si así lo desease, eso duro muy poco. Y aunque existen algunos pueblos de civilización primaria, donde la mujer tiene mayor importancia que el hombre, , dando origen a un lenguaje matrilineal, según el cual el nombre de los hijos, la herencia, etc., proviene de la madre y no del padre; es verdad que, en ciertos lugares, algunas mujeres se encuentran ejerciendo un cargo en el gobierno de algunas naciones, pero son casos excepcionales. La regla, desde las sociedades primitivas, fue y continúa siendo la supeditación de la mujer.

Venciendo las barreras milenarias, desde hace medio siglo a tras, hasta nuestros días, la mujer viene ampliando bastante su actuación en la sociedad, participa de los trabajos que antes eran únicamente masculinos, pero aun no ha conseguido igualarse al hombre.

La Doctrina Espirita nos dice que un día, cuando ella esté completamente emancipada, disfrutará de los mismos derechos que el hombre, pero para ello es necesario “que cada uno esté en el lugar que le corresponde, de conformidad con sus aptitudes“, porque si todo le es licito a ambos, le cabe al buen sentido determinar lo que sea más conveniente al hombre y a la mujer, para la perfecta armonía en el hogar, y, consecuentemente, en el cuerpo social.

La mujer en los tiempos actuales, y quizás por querer subestimar o rechazar la sublimidad de las funciones que le fueron destinadas por la Providencia, con lo cual se ha masculinizado en el peor de los sentidos.

Cambia las alegrías sacrosantas del hogar por los goces turbios mundanos, imita al hombre en sus desvaríos y licenciosidades y deja de dar a los hijos la atención y el cariño debidos, perdiendo, de estos, su amor y respeto, y lo que es peor aún, contribuyendo, en gran parte, para que los hijos, sintiéndose desplazados, se subleven contra la vida, resultando en la actualidad, “la juventud extraviada”

Esto que sucede en la actualidad, es transitorio. Pues la mujer acabará comprendiendo que, para ser verdaderamente feliz, debe volver a ocuparse de sus deberes de esposa y de madre, mientras el hombre, descendiendo del pedestal de pretendida superioridad en el que se colocó, ha de tributarle el merecido aprecio, convencido, finalmente, de que su compañera tiene derecho a los mismos privilegios humanos, pues, en un último análisis” es su querida “mitad”

Todos los hombres sea cual sea la posición en que se hallen situados son obreros de la evolución. Cuando el egoísmo y el orgullo dejen de ser los sentimientos predominantes en la Tierra; cuando comprendamos que todos somos hermanos, amándonos realmente unos a los otros como preceptúa la religión; todo hombre de buena voluntad hallará ocupación adecuada a sus aptitudes, que le garantizará lo mínimo necesario para una vivencia compatible con la dignidad humana, e incluso aquellos que no puedan mantenerse más en activo, por enfermedad o vejez, tendrán a su favor el amparo de la ley, sin que necesiten de humillarse, recurriendo a la caridad pública.

Beneficiados por la ley de Dios, que nos señala un solo y único destino, busquemos, todos, conquistar la Sabiduría y el Amor, razón tecnológica de nuestra existencia, dedicándonos al trabajo, y a la práctica del Bien, teniendo la seguridad de que, aunque momentáneamente colocados en diferentes planos en el paisaje social de la Tierra , en atención a las necesidades evolutivas de cada cual, todos caminamos para un estado de justicia perfecta, lo que vale decir que todos habremos de sentir un día, el “reino de los cielos” dentro de nuestros propios corazones.

Trabajo realizado por Merchita

Extraído del libro “Las Leyes morales” de Rodolfo Galligaris y de otras fuentes.

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