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miércoles, 20 de octubre de 2010

Creacionismo y Evolución

Camilo Flammarion

La cuestión del origen del hombre, es sin duda alguna, la más interesante, la de mayor importancia, de todas cuantas cautivan nuestra atención.
El hombre fue creado por la voluntad directa de un dios, en virtud de un milagro; o el hombre desciende de los animales que la han precedido, en la evolución de la naturaleza.
Estas son las únicas hipótesis posibles, no puede haber una tercera.
La primera implica el milagro y el origen sobrenatural, no sólo del hombre, sino también de todos los animales, de todas las plantas y todos los minerales. Todos los seres vivos debieron nacer adultos y ya en condiciones convenientes para poderse nutrir y reproducirse.
La segunda es el producto de la deducción científica. Todas las especies se han formado de un modo natural, derivando unas de otras.
¿Cuál es el medio para conocer la verdad?
1º) Tener el espíritu libre
2º) Observar lo que sucede en la naturaleza.

Examinemos, pues al hombre con la más completa independencia e imparcialidad.
Empecemos por su vida embrionaria. En el comienzo de su vida embrionaria, el hombre es una simple célula. El ovario humano es esencialmente parecido al de los demás mamíferos.
Es imposible reconocer en el primer estado distinción alguna entre el embrión del hombre y algunos mamíferos, pájaros o reptiles. En las primeras semanas de su vida embrionaria, el hombre pasa sucesivamente, por las principales especies animales, que existen hoy en día.
El embrión de un niño en la cuarta semana, y los de un perro en la misma edad, de una tortuga de igual fecha o de un polluelo de cuatro días, se parecen hasta el punto de poderlos confundir.
La misma naturaleza responde la pregunta, con nuestra embriogenia actual. Pero cuando ya estamos enteramente formados, aún nos restan órganos rudimentarios o atrofiados que nos son totalmente inútiles y que no pueden ser sino un legado de nuestros antecesores.
En lo anterior se encuentran el vello que cubre nuestro cuerpo, los músculos de la oreja, con los cuales no logramos mover nada, mientras los animales si lo hacen. En el ángulo interno de nuestro ojo, hay un repliegue semilunar, que es el último vestigio del tercer párpado interno de algunos animales, como los pájaros, los reptiles, etc.
La cola de los monos la conservamos, aún durante dos meses, al principio de la vida embrionaria.
Todos estos órganos, son otras tantas pruebas, que establecen la verdad de la teoría de la descendencia, o transformación natural.
Si el hombre o cualquier otro ser hubiese sido hecho desde el principio, con un objeto determinado, si hubiesen sido llamados a la vida por un creador, la existencia de esos órganos no tendría ninguna razón de ser.
La teoría de la descendencia por el contrario, da con mucha sencillez la explicación, y nos enseña que los órganos rudimentarios, son partes del cuerpo que, con el transcurso de los siglos, han quedado fuera de servicio.
Y a pesar de que nuevas adaptaciones los han hecho inútiles, no por eso han dejado de trasmitirse, de generación en generación.
Todas las conclusiones confirmadas por la Geología y Paleontología, confirman que hay una progresión continua, de los organismos más sencillos a los más complicados.
Entre los diversos tipos de animales fósiles, se observa gradación sucesiva, como si alguna fuerza de organización se hubiera ingeniado para añadir, modificar y complicar incesantemente, llevando al infinito el número y variedad de las especies. Pero queda la huella del movimiento, y ¿no hereda acaso el niño, la facultad esencial del mono?
Hay algunos hombres que prefieren ser descendientes de un Adán perfecto, que haberse elevado desde el simio progenitor. Es cuestión de gusto…
Extractado de su obra:
Noches de Luna”

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