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martes, 8 de diciembre de 2015

Encarnación de los Espíritus



ENCARNACIÓN  DE LOS 

ESPÍRITUS


EstudIo con base en EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS, Libro II, Cap. II, FINALIDAD DEE LA ENCARNACIÓN.


Los Espíritus son creados simples e ignorantes y se instruyen a través de las luchas y adversidades de la vida corporal. En su origen,el Espíritu posee apenas consciencia de sí mismos y de sus actos, actuando de forma instintiva. Su inteligencia se desenvuelve lentamente y paso a paso. Por eso, la encarnación es una necesidad del Espíritu, donde cada nueva existencia, él avanza en su progreso.

La vida del espíritu es constituida por una secuancia de existencias corporales, siendo cada una de ellas una valiosa oportunidad de progreso, de la misma forma que cada existencia se compone de una secuencia de días, donde el hombre adquiere más experiencia e instrucción. Por la Ley de Conservación el espíritu encarnado tiene la obligación de proveer de nutrición al cuerpo, para su seguridad y bienestar, obligándose a aplicar sus facultades en investigaciones, a ejercerlas y a desenvolverlas.

De esta forma la finalidad de la encarnación de los Espíritus es trabajar para la conquista de la perfección. Para unos puede ser una expiación y para otros una misión. Para llegar a esa perfección, los Espíritus deben de pasar por todas las vicisitudes de la existencia corpórea: es en esto donde está la expiación. Pero la encarnación, no es pues,en absoluto, una expiación para el Espiritu, como cualquiera podría pensar, pero una condición inherente a la inferioridad del Espíritu es un medio de progresar. La encarnación tiene aún otra finalidad, que es la del poner al Espíritu en condiciones de afrontar su parte en la obra de la creación. Y para ejecutarla toma un aparejo en cada mundo, en armonía con su materia esencial, a fin de cumplir en él, desde aquel punto de vista, los propósitos de Dios. De esa manera, concurriendo para la obra general, que también progresa.

La encarnación es necesaria para el doble progreso del Espíritu:moral e intelectual. Al progreso intelectual por la actividad obligatoria del trabajo y al progreso moral por la necesidad recíproca de los hombres entre sí. Como no consigue progresar solo, pues no posee todas las facultades, busca la sociedad por instinto a fin de participar con el progreso, no solo individual, como colectivo. Por tanto la vida social es la piedra de toque de las buenas o malas cualidades.

Todos los Espíritus están sujetos a encarnación, pues es necesario que se sometan a las pruebas de la vida material, cuyo objetivo es el de adquirir conocimientos esenciales para llegar a la perfección. La vida puramente espiritual (existencia incorpórea), no es suficiente para la conquista de todos los conocimientos necesarios para el justo adelantamiento moral e intlectual.

De la misma manera que un escolar no llega a alcanzar sus grados sino después de haber pasado por todas las clases, el Espíritu, no habiendo cumplido completamente el deber en la clase a la que pertenece, es constreñido a recomenzar su tarea,  y así, multiplica sus existencias corpóreas que se le hacen penosas por su propia falta.

Pasar por cada clase no es un castigo, es una necesidad, una condición indispensable para su adelantamiento, pero si por su pereza, es obligado a repetirlas, ahí está la punición. Consdguir pasar por ellas es un mérito. La encarnación sobre la Tierra puede ser considerada una punición para amuchos de aquellos que la habitan, porque habr`´ian podido evitarla. Pero como el Espíritu actúa en relación a su libre albedrío, puede negligencias las leyes naturales y así retardar su avance, consecuentemente, prolonga la duración de sus encarnaciones en los mundos materiales, permaneciendo en lugares inferiores, siendo necesario recomenzar el mismo compromiso. Depende así, del Espíritu abreviar, a través de un trabajo de depuración en sí mismo ( autoconocimiento), la duración del periodo de encarnaciones.

Una sola existencia corporal es insuficiente para que el Espíritu adquiera todo lo bueno que le falta y eliminar el mal que le sobra. Es por eso que la reencarnación es una necesidad. Cuando haya eliminado de sí todas las impurezas, no precisará más de las pruebas de la vida corpórea, tornándose un espíritu puro.

Un salvaje, por ejemploo, no conseguiría en una sola encarnación nivelarse moral e intelectualmente al más adelantado hombre civilizado. La sensatez rechaza tal suposición, que sería tanto la negación de la justicia y la bondad divina, comoo de las propias leyes evolutivas de la Naturaleza. Como el proces de reencarnación, ciertamente, él no quedará eternamente en la ignorancia ni en la salvajería, privado de la felicidad que solo el desarrollo de las facultades puede proporcionarle. Como Dios hizo esas leyes de acuerdo con Su bondad y justicia, naturalmente, le es concedido al Espíritu tantas encarnaciones com le fuesen necesarias para alcanzar su objetivo y perfección. En esa caminata evolutiva el Espíritu, cualquiera que sea el grado de su adelantamiento, en la situación de encarnado, o en la erraticidad, estará siempre colocado entre un grado superior, que lo guía y perfecciona, y uno inferior, para con el que tiene que cumplir esos mismos deberes. Es así como por una ley admiraable de la providencia divina, todo se encadena, todo es solidario en la Naturaleza.

En cada nueva existencia el Espíritu se presenta con el bagaje que adquirió en vidas anteriores. Aptitudes, conocimientos intuitivos, inteligencia y moralidad se suman con las conquistas de la existencia actual. Es así que en cada encarnación, dá un paso adelante en el camino del progreso.

Aquellos que progresarán espiritualmente en las existencias corporales, encarnan en mundos cada vez más superiores, donde la materialidad es más suave que la terrestre. La encarnación, así, por consecuencia, se hace cada vez más necesaria, haciéndose voluntaria, donde pueden ejercer sobre los encarnados en mundos inferiores una acción más productiva y tendente al cumplimiento de misiones que escogen para actuar junto a los mismos. Es asi como aceptan abnegadamente las vicisitudes y sufrimientos de la encarnación en un mundo adverso.

A medida que los Espíritus progresan, participan cada vez más activamente en el mecanismo de la Creación, debiendo dirigir la acción de los elementos materiales. Presidiendo las leyes que ponen los fluídos en movimiento constante, determinan los fenómenos naturales. Pero ellos no pueden llegar a tal resultado sino por el conocimiento de esas leyes, por eso, no las podrán conocer adecuadamente si primero no aprenden a abedecerlas para después dirigirlas.

El Espíritu, en la proporción que progresa moralmente, gradualmente irá librandose de la influencia de la materia y así, se va depurando. Espiritualizándose, sus faacultades y percepciones se van ampliando, siendo así que su felicidad estará siempre en razón del progreso completado. Dios, que es justo, no podía hacer felices a algunos Espíritus, sin dificultades y sin esfuerzo, consecuentemente, sin méritos. Los que siguen el camino del bien llegan más deprisa a la meta. Además de eso, las vicisitudes de la vida son frecuentemente las consecuencias de la imperfección del Espíritu. Cuanto menos imperfecto sea, menos tormentos sufrirá. Aquel que no sea envidioso, ni celoso, ni avariento o ambicioso, no pasará por los tormentos que se originan de esos defectos.

Un punto frecuentemente cuestionado es que el Espíritu, siendo creado simple e ignorante con libertad de hacer el bien o el mal, no sufre caida  moral si toma el mal camino, una v ez que llega a hacer el mal que no hacía antes. Todavía, esta argumentación no es sostenible, pues no hay caida sino en el paso relativamente bueno a un estado peor. El Espíritu creado simple e ignorante está, en su origen, en un estado de nulidad moral e intelectual, como la criatura que acaba de nacer. Si no hizo mal, tampoco hizo el bien. Así, no es ni feliz ni infeliz. Actúa sin conciencia y sin responsabilidad, por eso, si nada  tiene, nada puede perder y tampoco no puede retrogradar. Su responsabilidad solo comienza en el momento en que se desenvuelve en él el libre albedrío. Consecuentemente, el mal que viniese a hacer más tarde infringiendo las leyes de Dios y abusando de las facultades a él concedidas, no es un retorno del bien al mal, sino la consecuencia del mal camino que escogió.

Las faltas cometidas por el Espíritu tienen como fuente primera su imperfección, ya que aún no alcanzó la superioridad moral que tendrá un día, pero que, ni por eso, deje de tener su libre albedrío La vida corporal le es concedida para librarse de las imperfecciones a través de las pruebas que en ella padece. Son precisamente esas imperfecciones que lo hacen más frágil y más accesible a las sugestiones de otros Espíritus imperfectos, que se aprovechan para intentar hacdrlo sucumbir en la lucha que emprende. Si sale vencedor, será elevado, si fracasa, continuará siendo lo que era, ni peor ni mejor. Será una prueba a recomenzar, pudiendo durar hasta un tiempo mayor que en la encarnación pasada. Cuanto más se depure, más disminuirán sus puntos débiles y menos se entregará a aquellos que procuran conducirlo al mal, pus su fuerza moral crecerá en razón de su elevación y los malos Espíritus, naturalmente, se apartarán.

Y en las convulsiones sociales que el Espíritu puede avanzar más rápido, pues la experiencia adquirida a través de las relaciones difíciles resulta siempre en una mejora. El infortunio puede ser un estimulante útil para impelirlo a procurar un remedio para el mal.

Cuando en la erraticidad reflexione, puede tomar nuevas resoluciones para cuando vuelva a encarnar, hacer alguna cosa mejor. Y así que de encarnación en encarnación (reencarnación), el progreso se efectúa en el Espíritu.

Pesquisa: Claudia C y  Elio Mollo

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      Viviremos siempre

Hijo, no humilles a los ignorantes y a los débiles, todos somos viajeros de la vida eterna. Desde la cuna al túmulo atravesamos apenas un acto de inmenso drama de nuestra evolución para Dios. Algunas veces, el señor viste el traje pobre del operario humilde para conocer en el las duras necesidades, y el operario humilde viste el suntuoso traje del señor para conocer las duras obligaciones en la tarea administrativa.

Cuando un hombre menos precia las oportunidades de tiempo y dinero que el Cielo le confía, vuelve al mundo en otro cuerpo, experimentando la escasez de todo. No escarnezcas del herido. Tu boca podrá cubrirse de cicatrices.

No recojas los bienes que no te pertenecen. Tus brazos son susceptibles de caer paralíticos, sin que puedas acariciar lo que es tuyo provisoriamente.

No camines al encuentro del mal, porque el mal dispone de recursos para sorprenderte tal vez con la perturbación y con la muerte.

Ayuda y pasa adelante, expandiendo un corazón compasivo para con todos los dolores y lleno de amor y perdón para todas las ofensas.

Cuando no puedas elogiar, cállate y espera, porque la lengua viciada en la definición de los defectos ajenos regresa al mundo en plena mudez.

Quien llega a través de una infancia risueña, en la mayoría de los casos es alguien que torna al campo de la carne a fin de restaurarse y aprender. Así como la flor se destina al fruto que alimenta, tu conocimiento debe producir la bondad que construye y santifica.

Acuérdate que largo es el camino y que necesitaremos cambiar de cuerpo. En la dirección de la victoria final, tantas veces como fueran necesarias, hasta que la indispensabilidad de la vestimenta física se desvanezca con las sucesivas encarnaciones…

Cosecharemos de la sementera que hagamos. No desprecies, así, a los menos felices. El malhechor y el vagabundo que se dejaron esclavizar por los demonios de la negligencia son igualmente nuestros hermanos, ayudémoslos, a través de todos los medios a nuestro alcance.

No siempre el verdadero infortunado es aquel que se debate en un lecho de sufrimiento. No olvides al infeliz bien trajeado que cruza las avenidas de la ignorancia, sin paz y sin luz.

Hijo mio, volveremos aun a la tierra, probablemente muchas veces… El servicio de redención así lo exige. Ama a todos. Auxilia indistintamente. Siembra el bien, al margen de todos los caminos. Recurriremos al amparo de muchos. Es de la Ley del Señor que no avancemos sin los brazos fraternos unos de los otros.

¡Prepara, desde ahora, la colaboración de que necesitarás, a fin de proseguir, en paz, montaña arriba! Se hermano de todos, para que te sientas, desde hoy, en el centro de la gran familia humana, y el Señor Supremo te bendecirá.

Por el Espíritu Néio Lúcio
Do livro Alvorada cristã.
Psicografia de Francisco Cândido Xavier.

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                                         Parábola del Festín de Bodas y otras
        
                       Reflexiones

Parábola del festín de las bodas
1. Y respondiendo Jesús, les volvió a hablar otra vez en parábolas,diciendo: semejante es el reino de los cielos a cierto rey, que hizo bodas a su hijo. -
Y envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas no quisieron ir. -
Envió de nuevo otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí preparado mi banquete; mis toros y los animales cebados están ya muertos, todo está pronto: venid a las bodas. - Mas ellos le despreciaron, y se fueron unos a su granja, y otros a su tráfíco. - Y los otros echaron mano de los siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron. - Y el rey cuando los oyó, se irritó; y enviando a sus ejércitos acabó con aquellos homicidas y puso fuego a su ciudad.
Entonces dijo a sus siervos: Las bodas ciertamente están aparejadas, mas los que habían sido convidados no fueron dignos. - Pues id a la salida de los caminos y a cuantos hallareis, llamadlos a las bodas; y habiendo salido sus siervos a los caminos, congregaron a cuantos hallaron, malos y buenos; y se llenaron las bodas de convidados.
Y entró el rey para ver a los que estaban a la mesa, y vio allí un hombre que no estaba vestido con vestidura de boda. - Y le dijo: Amigo, ¿cómo has entrado aquí no teniendo vestidura de boda. Mas él enmudeció. - Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadlo de pies y manos arrojarle en las tinieblas exteriores: allí será el llorar y el crugir de dientes. – Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos. (San Mateo, cap. XXII, v. de 1 a 14).
2. El incrédulo se burla de esta parábola que le parece de una sencillez pueril, porque no comprende que se pusiesen tantas dificultades para asistir a un festín, y aun menos que los convidados llevasen la resistencia hasta el extremo de matar atrozmente a los enviados del Señor de la casa. "Las parábolas, dice, son sin duda figuras, pero es preciso que no traspasen los límites de lo verosímil".
Lo mismo puede decirse de todas las alegorías y de las fábulas más ingeniosas, si no se las despoja de su envoltura para buscar en ellas el sentido oculto. Jesús sacaba las suyas de los usos más vulgares de la vida, y las adaptaba a las costumbres y al carácter del pueblo al cual hablaba; la mayor parte tienen por objeto hacer penetrar en las masas la idea de la vida espiritual; muchas veces el sentido sólo parece ininteligible porque no se aparta de este punto de vista.
En esta parábola, Jesús compara el reino de los cielos en donde todo es alegría y felicidad, a un festín. Por los primeros convidados hace alusión a los Hebreos que Dios
había llamado los primeros al conocimiento de su ley. Los enviados del maestro, son los profetas que venían a exhortarles para que siguieran el camino de una verdadera felicidad; pero sus palabras eran poco escuchadas, sus, advertencias eran despreciadas y aun muchos fueron muertos alevosamente como los servidores de la parábola. Los convidados que se excusan diciendo que tienen que cuidar sus campos y sus negocios,
son el emblema de las gentes de mundo, que absortos por las cosas terrestres, son indiferentes para las celestes.
Era una creencia entre los judíos de entonces, que su nación debía adquirir la supremacía sobre todas las otras. En efecto, Dios, ¿no había prometido a Abraham que
su posteridad cubriría toda la tierra? Pero siempre tomando la forma por el fondo, creían
en una dominación efectiva y material. Antes de la venida de Cristo, a excepción de los
hebreos, todos los pueblos eran idólatras y politeístas. si; algunos hombres superiores al
vulgo concibieron la idea de la unidad divina, esta idea quedó en el estado de sistema
personal pero en ninguna parte fué aceptada como verdad fundamental, sino por los
pueblos iniciados que ocultaban sus conocimientos bajo un velo misterioso e impenetrable para las masas. Los hebreos fueron los primeros que practicaron públicamente el monoteísmo, y a ellos transmitió Dios su ley, primero por Moisés, y
después por Jesús; de este pequeño foco salió la luz que debía esparcirse por todo el
mundo, triunfar del paganismo y dar a Abraham una posteridad espiritual "tan numerosa como las estrellas del firmamento". Pero los judíos, rechazando la idolatría, habían rechazado la ley moral, para dedicarse a la práctica más fácil de las formas exteriores. El mal llegó a su colmo; la nación esclavizada estaba destrozada por las fracciones y dividida por las sectas; la misma incredulidad había penetrado hasta el santuario. Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos a la observancia de la ley y abrirles los nuevos horizontes de la vida futura; convidados los primeros al gran banquete de la fe universal, rechazaron la palabra del celeste Mesías, y le hicieron perecer; así perdieron el fruto que hubieran podido recoger de su primera iniciativa.
Sería injusto, sin embargo, acusar al pueblo entero de este estado de cosas; la
responsabilidad incumbe principalmente a los fariseos y a los saduceos, que perdieron la nación por el orgullo y fanatismo de unos y por la incredulidad de los otros. A éstos
sobre todo, compara Jesús con los convidados que rehusaron la comida de las bodas.
Después añade: "El Señor, viendo esto, hizo convidar a todos aquellos que se encontraron en las encrucijadas de las calles, buenos y malos". Entendía decir con esto que la palabra iba a ser predicada a todos los otros pueblos, paganos e idólatras, y que aceptándola éstos, serían admitidos al festín en el puesto de los primeros convidados.
Pero no basta ser convidado; no hasta llevar el nombre de cristiano ni sentarse a la mesa para tomar parte en el celeste banquete: es menester, ante todo y con expresa condición, estar revestido con la ropa nupcial, es decir, tener la pureza de corazón y practicar la ley según el espíritu; y esta ley está completa en estas palabras: "Sin caridad no hay salvación". Pero entre todos aquellos que oyen la palabra divina, ¡cuán pocos hay
que la guarden y se aprovechen de ella! ¡Cuán pocos se hacen dignos de entrar en el
reino de los cielos! Por esto dijo Jesús: "Serán muchos los llamados, y pocos los
escogidos".
-          El Evangelio según el Espiritismo -

  En esta parábola, Jesús se refería al estado espiritual que debemos conquistar como convidados por el Padre tras un camino de evolución espiritual.
  Este es un festín que está destinado para el disfrute de toda la Humanidad, aunque vemos como en la parábola se refiere en principio al pueblo hebreo que es quien recibió en primer lugar esta invitación de Jesús, porque nació en su seno y en medio de él desarrolló su doctrina.
   Ciertamente somos muchos los llamados, pero en función de nuestra disposición moral son muchos menos los escogidos.  Esta elección para llegar a participar en el banquete del Reino Celestial no la hace el Padre a capricho, sino que toda la Humanidad se autoerige en función del deseo y la disposición por transitar por la senda de progreso basado en el Amor y la Caridad. Precisamente estas son las vestiduras necesarias para alcanzar y gozar de este festín de la parábola. No basta con llamarnos cristianos o espíritas; es necesario que el Amor y la Caridad sean nuestro estandarte en esta vida, formando parte de nuestro ser y personalidad habituales.
   En estos días de tránsito hacia una nueva forma de sociedad en el mundo, es de considerar que no nacimos por casualidad en esta época. No es casual que hayamos nacido en el seno de una sociedad cristiana, ni menos que hayamos conocido el Espiritismo y seamos espíritas. Pero no por esto nos podemos envanidecer, pues tal vez estamos en el Espiritismo precisamente los más endeudados y los que mas cosas tenemos que rescatar.
    Los espíritas somos en parte esos “obreros de la última hora” a quienes también se refirió Jesús en otra parábola. Somos igualmente esos llamados al  “banquete nupcial” y no podemos perdernos por los laberintos de la vida y dar la espalda a esa  invitación del Maestro Jesús, a la que hemos venido preparados para  aceptar y seguir.  Pero sin embargo no podemos pretender acceder a ese festín sin las galas necesarias de la práctica del Amor y de la Caridad, viviendo el día a día con los pies en la tierra y la cabeza en unión y relación con la Mente Creadora.
    Sintamos cada día la responsabilidad como invitados al banquete celestial y luchemos por ser siempre dignos de esa invitación. Tenemos la responsabilidad moral de ser buenos espíritas en todo momento de nuestras vidas y para ello debemos y podemos hacer mucho mas de lo que hasta ahora hicimos , pues tengamos presente que a quienes mas se ha dado mas se les va a pedir, y a los espíritas se nos está dando un conocimiento muy valioso, capaz de transmutar nuestras imperfecciones en valores morales positivos, dentro de un continuo proceso de auto-perfeccionamiento.
     Llegado a este punto, nos podemos preguntar: ¿ Qué medios tenemos para nuestra transformación moral?.
   Son varios, valiosos y necesarios: autoanálisis sincero; programación de nuestros actos; fortalecimiento de la voluntad mediante la autodisciplina; realización de un trabajo íntimo contínuo para nuestra transformación moral; sirviendo al prójimo con Amor, y finalmente evaluándonos cada día.
   Pero, ¿ Cómo se ama al prójimo?. Comprendiéndolo, ayudándole,  sirviendo sin condiciones y  perdonando siempre.
   Finalmente , aquí nace otra pregunta: ¿ Qué es el perdón?. No solamente el dado con la boca o con el Alma.  Supone también dar la oportunidad de rescatar la falta mediante una acción de bien. La misma oportunidad que el Padre, que es Amor, nos da siempre para poder rescatar las deudas y volver a comenzar.

-          Jose Luis Martín-
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          Arrepentimiento y 

                 expiación

Habitualmente, consideramos el arrepentimiento y la expiación como una consecuencia del mal practicado, que origina el sufrimiento. Pero ¿Por qué sufrimos realmente? Los benefactores del espacio enseñan que “el sufrimiento es inherente a la imperfección” (1) sufrimiento ese que ocurre tanto en el mundo corporal como en el mundo espiritual. Se deduce de ahí que el mal y el sufrimiento están íntimamente relacionados a la imperfección, que denota ignorancia en su sentido más amplio.
Creados simples e ignorantes, los Espíritus necesitan de la experiencia en la carne, donde, por la acción de la materia y bajo la forja de las infinitas experiencias, desarrollan sus potencialidades almacenadas en germen en lo intimo de cada uno. No sin razón, enseñan los mentores del espacio que, para llegar al bien, los Espíritus pasan “no por la fila del mal, sino por la de la ignorancia” (2) En fin, tanto el mal como el sufrimiento pasan por la infracción de las leyes divinas por el hombre, que debe ejercitar su libre albedrío, por medio del cual aprender a ser responsable y a discernir lo correcto de lo errado, recogiendo de sus propios actos, de acuerdo con la ley del merecimiento, los beneficios y las cargas de sus aciertos y de sus errores.
En la sociedad son más numerosas las clases sufridoras que las felices, y eso pasa por el hecho de que la Tierra es un planeta de expiaciones y de pruebas, de las cuales el hombre se liberara “cuando se haya transformado en una morada del bien y de Espíritus buenos”. (3) Casi siempre, el hombre es el propio causador de sus sufrimientos materiales y morales, sobre todo de este último, que son las torturas del alma. El arrepentimiento constituye el pesar por alguna falta cometida, el cual se confunde con el remordimiento, estado de consciencia en que el Espíritu comienza a cuestionarse sobre la propia actitud. El arrepentimiento autentico es aquel en que la criatura, encontrándose en un abatimiento moral, admite el propio error y se propone sinceramente modificar el comportamiento. Aunque, como se verá, el arrepentimiento no basta por sí mismo. Aunque el arrepentimiento también ocurra en el estado corpóreo, si el Espíritu ya consigue distinguir el bien del mal, es después de la muerte física que se da ese arrepentimiento, con mayor intensidad. Es cuando libre de las cadenas de la carne, nota más nítidamente la situaciones en que se encuentra por saber de los propios actos, recapitulados en imágenes mentales, como si fuese una película de la propia vida, momento en que pasa a comprender mejor las imperfecciones que dificultan su felicidad.
La consecuencia del arrepentimiento del Espíritu, en el estado de desencarnado, es el deseo ardiente de una nueva existencia física para depurarse, en la cual tendrá, bajo el manto del olvido, la oportunidad de expiar y reparar sus faltas, muchas veces junto a aquellos a quien perjudico. Ya el arrepentimiento del ser, en estado corpóreo, despierta el deseo de iniciar una nueva vida, de aprovechar el tiempo perdido para reparar sus faltas. La redención espiritual es una fatalidad para las criaturas, en virtud de la ley del progreso. Quien sea malo hoy, será bueno mañana; quien sea bueno hoy, aun será mejor después. Sin embargo, esa redención, más allá de ocurrir de forma gradual, no acontece del mismo modo y en el mismo tiempo, en virtud de la diversidad del progreso de cada uno. Esa es la razón por la cual el arrepentimiento no siempre sucede de pronto, sobre todo en Espíritus endurecidos. Un día, aburridos de hacer el mal, ellos mismos desearan modificar su situación.
Dios nos concede innúmeras oportunidades de progreso, pero no siempre estamos dispuestos a atender a esas llamadas de amor que llegan de lo Alto. Como la ley del progreso no se compadece con la estancamiento, de los que permanecen estacionados, incluso sin hacer el mal, serán obligados a adelantar por las aguijones del dolor. (4) De ahí es un error creer que la reencarnación constituye un estimulo al adelantamiento y la renovación moral del Espíritu, porque “cuanto más nos demoramos en la reparación de una falta, más penosas y rigurosas serán, en el futuro, sus consecuencias”. (5)
El arrepentimiento, constituye solo el primer paso. Atenúa los dolores de la expiación, despertando la esperanza en el camino de la rehabilitación. Por tanto, para apagar los vestigios de una falta y sus consecuencias, es necesario un ciclo completo: arrepentimiento, expiación y reparación. Después la desencarnación, el Espíritu continúa siendo lo que es, con sus defectos y sus virtudes. No se purifica por el simple hecho de haber desencarnado. Las oraciones dirigidas a él solo tienen efecto cuando se arrepiente del mal cometido. Hasta que se encuentre esclarecido por el estudio y por la reflexión, continuará experimentando los efectos de su rebeldía. Ya la expiación, consiste en los sufrimientos físicos y morales que son consecuentes, sea en la vida actual, sea en la vida espiritual después de la muerte, o aun en una nueva existencia corporal” (6).
Por la expiación, sobre todo, aquella ocurrida en la existencia corpórea, el Espíritu experimenta lo que hizo al otro padecer, método pedagógico, generalmente escogido por el propio infractor en el mundo espiritual antes de encarnar, que le hizo comprender como es el dolor del otro, para que no incida mas en el mismo error: (…) Es en la vida corpórea que el Espíritu repara el mal de anteriores existencias, poniendo en práctica resoluciones tomadas en la vida espiritual. Así se explican las miserias y vicisitudes, parecen que no tienen razón de ser. Justas son todas ellas, sin embargo, como espolio del pasado – herencia que sirve a nuestra peregrinación para la perfectibilidad. (7) Por eso, la expiación no debe ser considerada un castigo, en la aceptación tradicional de la palabra, pero si la oportunidad de crecimiento y de auto-superación delante de las pruebas. Vencidas las etapas del arrepentimiento y de la expiación, resta al Espíritu el paso final a ser dado: la reparación del mal cometido, que “consiste en hacer el bien a aquellos a quien se había hecho el mal” (8)
Nunca es demás recordar que los Espíritus en evolución, no están solos en esa jornada. Todos recibimos el amparo de los protectores espirituales que trabajan incesantemente para auxiliarnos en nuestro levantamiento moral sin, entre tanto, interferir en nuestro libre albedrío, pues “el Espíritu debe progresar por impulso de la propia voluntad, nunca por ninguna subyugación” (9)
La reencarnación es mecanismo eficiente de las leyes divinas que permiten al Espíritu en evolución la reparación del mal cometido, en circunstancias adecuadas a sus verdaderas necesidades, delante de pruebas que deben ser vencidas. Muchos males pueden ser reparados en la misma existencia física. Otros, por su intensidad y gravedad, solamente pueden ser corregidos en el curso de dos o más encarnaciones y, a veces, solo en el curso de los milenios, en una especie de moratoria concedida al infractor. O sea, el Creador “siempre deja a los hijos una puerta abierta al arrepentimiento” (10)
Intrigado con esa cuestión, Kardec pregunto a los instructores de la vida mayor si podemos, ya en la existencia actual, reparar nuestras faltas, oportunidad en que ellos respondieron, positivamente, observando:
– Sí, reparándolas. Pero no creáis que las rescataréis tan sólo con unas pocas privaciones pueriles o legando a los demás vuestros bienes, para después de vuestra desencarnación, cuando ellos no los necesitéis. Dios no toma en cuenta en manera alguna un arrepentimiento estéril, siempre fácil y que no cuesta otro esfuerzo que el de golpearse el pecho. Perder el dedo meñique mientras se presta un servicio borra más culpas que el tormento del cilicio sufrido a lo largo de los años, sin otro objetivo que el bien de sí mismo. El mal sólo es rescatado por el bien, y la reparación no reviste ningún mérito si no afecta al hombre ni en su orgullo ni en sus intereses materiales. (…) (11)
Los desafíos de la existencia física son el convite permanente al ejercicio del bien, que consiste en la práctica de la caridad según lo entendía Jesús: “Benevolencia para con todos, indulgencia para las imperfecciones de los otros, perdón de las ofensas”. (12) Teniendo como propósito de vida tal recomendación, estaremos impulsando nuestro progreso espiritual, de forma permanente y segura, sin las esposas de las ilusiones terrenas, con la certeza de que nunca es tarde para recomenzar la construcción de un nuevo futuro, ¡sin arrepentimientos y expiaciones!
Christiano Torchi
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