La siembra mediumnica es un extenso y expresivo campo a ser trabajado que exige cuidados especiales y una esmerada dedicación. Las dificultades y las decepciones que se encuentran en su práctica tienen su origen en la ignorancia de los principios de esta ciencia.
Para el intercambio mediumnico no basta solo, con colocar las manos sobre la mesa para hacerla girar, tener un lápiz para escribir, ni llamar a un espíritu para que este acuda.
Aunque todos tengamos en si las cualidades para ser médium, estas en grado suelen ser muy diferentes en los seres, su desarrollo proviene de causas que no dependen de la persona hacerlas nacer a voluntad. Las reglas de la pintura, de la música, no hacen poetas, ni músicos a aquellos que no tienen el genio. En lo referente a la mediumnidad si la facultad existe, el objeto del espiritismo es el de indicar los medios para desenvolverla, y el de dirigir su empleo de una manera útil.
Son muchos los obstáculos a vencer, pues existen siempre descuidos e imprudencias, problemas de filtración psíquica y principalmente, las delicadas situaciones relacionadas con la identidad de los espíritus.
La mediumnidad exige esfuerzo, conocimiento, realización, perseverancia, a fin de obtener resultados óptimos.
Cuanto mayor sea el progreso del médium, más amplitud de registro de captación, tendrá, interesando a los espíritus Superiores el intercambio, para el que ofrece en forma espontánea.
Los espíritus se manifiestan espontáneamente o cuando se les evoca. Hay siempre alrededor del hombre Espíritus que casi siempre son de baja esfera y que no desean otra cosa que comunicarse; no llamando a ninguno en particular, se abre la puerta a todos los que quieran entrar. En una reunión el no conceder la palabra a nadie es dejarla a todos y se sabe lo que resulta de ello. La llamada que se hace a un Espíritu determinado, es un lazo entre el y nosotros; al llamarlo por nuestro deseo ponemos una especie de barrera a los intrusos. Sin una llamada directa, un Espíritu no tendría muchas veces ningún motivo para venir a nosotros, no siendo nuestro espíritu familiar.
Tanto las manifestaciones espontáneas, como las evocaciones tienen sus ventajas y el inconveniente seria el dejar de ejercerlas. Las espontáneas no tienen ningún inconveniente cuando se conocen a los espíritus, y se tiene la certeza que los malos no tomaran ningún imperio; entonces es muchas veces útil esperar la complacencia de los que quieran manifestarse, porque su pensamiento no sufre ninguna opresión, y de esta forma se pueden obtener cosas admirables; pues cuando se llama a un espíritu en especial no se sabe si el Espíritu está dispuesto para hablar ósea capacitado para hacerlo en el sentido que deseamos.
El examen escrupuloso de la comunicación obtenida es una garantía para el caso de malas comunicaciones. En las reuniones regulares sobre todo en las de trabajo continuo, hay siempre espíritus a acostumbrados que acuden a la cita, sin que nadie les llame, pues en razón a la regularidad de las sesiones, ya están prevenidos; a menudo toman la palabra espontáneamente para tratar algún asunto, desarrollar una proposición o escribir aquello que debe hacerse, y se les reconoce con facilidad, por la forma del lenguaje, que siempre es idéntico, por la escritura, o por ciertas costumbres que les son familiares.
Cuando deseamos comunicarnos con un Espíritu determinado, es del todo necesario evocarlo y debemos considerar que todo deseo del aspirante a médium en principio es el de comunicarse con el espíritu de personas que le son queridas, y deben moderar su impaciencia, porque la comunicación con un espíritu determinado ofrece muchas veces dificultades materiales que la hacen imposible, para el principiante. Para que un espíritu pueda comunicarse es preciso que entre él y el médium haya relaciones fluidicas, que no se establecen siempre instantáneamente, sino a medida que la facultad se desarrolla y que el médium adquiere poco a poco la aptitud necesaria para entrar en relación con el primer espíritu que se presenta. Por consiguiente puede suceder que con aquel con quien deseamos comunicarnos no esté en condiciones propicias para hacerlo, a pesar de su presencia, así como también que no tenga la posibilidad ni el permiso para venir a la llamada que se le hace. Por esto al principio no conviene obstinarse en evocar a un espíritu determinado con exclusión de cualquier otro, porque acontece muchas veces que con aquel no se establecen las relaciones fluidicas con tanta facilidad, aunque se tenga la simpatía hacia el. Antes, pues, de pensar en obtener comunicaciones por tal o cual Espíritu, es necesario dedicarse al desarrollo de la facultad, y para esto es preciso hacer un llamamiento general y dirigirse sobre todo a su ángel guardián.
En esto no hay formula sacramental; cualquiera que pretendiera dar una, puede tacharse resueltamente de falsa, porque los espíritus no atienden a la forma sino al fondo. La evocación debe hacerse siempre en nombre de Dios.
Cuando se quiera evocar a un Espíritu determinado es esencial dirigirse primero a los que se sabe que son buenos y simpáticos y que tienen un motivo para venir como son los parientes o amigos. Y en este caso la evocación puede formularse de este modo: En nombre de Dios Todopoderoso ruego permita al Espíritu tal, comunicarse conmigo. O bien: Ruego a Dios Todopoderoso permita al Espíritu tal, comunicarse conmigo. Las primeras preguntas que se formulen al espíritu, deberán ser conveniente se hagan de tal modo que simplemente requieran las respuestas de si o no, como por ejemplo: ¿Estas aquí? ¿Quieres responderme? En un principio solo se trata de establecer una relación, lo esencial es que la pregunta no sea frívola, que no tenga relación con cosas de interés privado y, sobretodo, que sea la expresión de un sentimiento benévolo y simpático para el espíritu al cual nos dirigimos.
Una cosa queda aun muy importante que resaltar en una evocación, y es la calma y el recogimiento unidos a un deseo ardiente de obtener buen éxito, no se trata de una calma efímera que tiene intervalos, interrumpiéndose a cada minuto por otras preocupaciones, sino la voluntad formal, perseverante, sostenida, sin impaciencia ni deseo, febril. La soledad el silencio y el alejamiento de todo lo que puede causar distracciones favorecen el recogimiento. Entonces solo queda una cosa por hacer, que es renovar todos los días las tentativas durante diez minutos o un cuarto de hora, todo lo más cada vez por espacio de quince días, un mes, dos meses, y más si es necesario; se conocen médium que no se han formado hasta después de seis meses de ejercicio, mientras que otros obtienen resultados desde la primera vez.
Para evitar tentativas inútiles, se puede interrogar por otro médium adelantado y formal. Podemos ser médium sin percibirlo y en un sentido diferente al que uno se cree. También es útil tomar en cuenta la naturaleza del Espíritu a quien preguntamos, pues los hay tan ligeros e ignorantes que responden a tontas y a locas como verdaderos cadáveres atolondrados; por eso es aconsejable dirigirse a los espíritus ilustrados, que generalmente contestan gustosos a estas preguntas e indican la mejor marcha para tener buen resultado.
El concurso de guías experimentados, es muy útil para hacer observar al principiante una porción de pequeñas precauciones que con frecuencia desprecia en detrimento de la rapidez de las primeras preguntas y de la manera de hacerlas. Su tarea es la de un profesor que deja de ser necesario cuando el médium es lo bastante hábil.
Cuando se evoca a un Espíritu por primera vez, conviene designarlo con alguna precisión... es menester en las preguntas que se le hace evitar las formulas secas e imperativas, esto seria un motivo para alejarle. Estas formulas deben ser afectuosas o respetuosas, según el Espíritu y en todos los casos atestiguar el evocador su benevolencia.
Hay Espíritus que sorprenden por su prontitud en presentarse cuando son evocados, se diría que están prevenidos, esto es lo que tiene lugar cuando uno se ha ocupado anticipadamente de su evocación. Esta preocupación es una especie de evocación anticipada, y como tenemos siempre a nuestros espíritus familiares que se identifican con nuestro pensamiento, preparan el camino de tal forma, que si no hay nada que lo impida, el Espíritu que se quiere evocar está ya presente.
En el caso contrario, es el Espíritu familiar del médium, o del evocador, o incluso uno de los que están acostumbrados, el que va a buscarle, y para esto no necesita mucho tiempo. Si el Espíritu evocado no puede venir instantáneamente, el mensajero señala un tiempo, algunas veces de cinco minutos, un cuarto de hora, una hora muchos días; cuando ha llegado, entonces dice: ¡Aquí está!, y es cuando pueden dirigírsele las preguntas que quieran hacérsele.
No siempre es necesario el mensajero intermediario para llamar al Espíritu, la llamada del evocador puede ser oída directamente por el Espíritu.
Cuando se aconseja hacer la evocación en el Nombre de Dios, esto quiere decir hacerla formalmente y no a la ligera.
Las evocaciones ofrecen muchas veces más dificultades a los mediums, que los dictados espontáneos, sobre todo cuando se trata de obtener respuestas precisas a preguntas circunstanciadas. Para esto son necesarios mediums especiales, a la vez flexibles y positivos, y estos son bastantes raros, pues las relaciones fluidicas no se establecen siempre instantáneamente con el primer espíritu que llega. Por esto es útil que los mediums no se entreguen a las evocaciones detalladas, sino después de que estén seguros del desarrollo de su facultad y de la Naturaleza de los Espíritus que les asisten, porque entre aquellos que están mal acompañados las evocaciones no pueden tener ningún carácter de autenticidad.
Los mediums suelen ser buscados la mayoría de las veces para evocaciones de interés privado, para comunicarse con seres que son queridos. Y los mediums no deben acceder a este deseo, sino con reserva, delante de las personas sobre cuya sinceridad no estén bien seguros y ponerse en guardia sobre trampas que pudieran tenderle, gentes malévolas. En segundo lugar, no prestarse bajo ningún pretexto, si ven un objeto de curiosidad o de interés, y no una intención formal de parte del evocador; rehusar toda pregunta ociosa que salga del círculo de aquellas que pueden dirigirse racionalmente a los Espíritus.
Las preguntas deben ser hechas con claridad, limpieza y sin segunda intención, si se requieren respuestas categóricas. Rechazar las que tengan carácter insidioso, pues se sabe que los Espíritus no quieren las que tienen por objeto ponerles a prueba; insistir sobre las preguntas de esta naturaleza es querer ser engañados. El evocador debe marchar directamente al objetivo, sin subterfugios y sin medios capciosos; si teme explicarse, hará mejor en abstenerse.
Conviene además, no hacer evocaciones en ausencia de las personas que hacen la demanda, sino con mucha prudencia, siendo preferible abstenerse del todo, siendo solo estas personas aptas para examinar las respuestas, juzgar su identidad, provocar aclaraciones, si hay lugar para ello y hacer preguntas incidentales que traen consigo las circunstancias. Además su presencia es un lazo que atrae al Espíritu; muchas veces poco dispuesto a comunicarse con extraños, por los cuales no tiene ninguna simpatía. En una palabra el médium, debe evitar todo lo que pudiera transformarle en un agente de consulta, lo que es sinónimo de decidor de la buenaventura.
Se pueden evocar a todos los Espíritus cualquiera que sea la escala evolutiva a la que pertenezcan; lo mismo los buenos, que los malos, tanto los que recientemente desencarnaron como a los que vivieron en los tiempos más remotos, a nuestros amigos, a nuestros parientes, a los que nos son indiferentes pero esto no quiere decir que puedan venir siempre a nuestra llamada, pues el permiso puede serle denegado por un poder superior, incluso estar impedidos por motivos que no siempre nos está permitido penetrar. Casi siempre son individuales y dependen a menudo de las circunstancias, los obstáculos que impiden a un Espíritu evocado acudir a la cita.
Entre las causas que pueden oponerse a la manifestación de un Espíritu, suelen ser dos unas personales y otras extrañas. Las primeras son sus ocupaciones o las misiones que cumple y de las cuales no puede separarse para acceder al deseo del evocador, en este caso, su visita solo queda aplazada. Hay además la propia situación del espíritu pues el estar encarnado suele ser un impedimento aunque no totalmente absoluto puede ser en ciertos momentos dados un impedimento, sobre todo cuando la encarnación tenga lugar en mundos inferiores y cuando el Espíritu está poco desmaterializado. En los mundos superiores, en aquellos que los lazos del Espíritu son muy sutiles, la manifestación es casi tan fácil que en el estado errante y en todos los casos es más fácil que en aquellos en que la materia es más compacta.
Las causas extrañas al espíritu tienen relación principalmente con la naturaleza del médium, con la de la persona que evoca, con el centro en el cual se hace la evocación, y finalmente con el fin que uno se propone evocar.
Ciertos mediums reciben particularmente más comunicaciones de sus Espíritus familiares, que pueden ser más o menos elevados; otros son aptos para servir de intermediarios para todos los espíritus; esto depende de la simpatía o antipatía, de la atracción, o de la repulsión, que el Espíritu personal del médium ejerza sobre el Espíritu extraño, que puede tomarle por interprete con gusto o con repugnancia. Esto depende también de las cualidades intimas del médium que no les ofrezca ningún obstáculo material. Lo mismo sucede en cuanto a las condiciones morales; con la facilidad de escribir o de expresión, más generalizan sus relaciones con el mundo de los espíritus.
Dá más facilidad la costumbre de comunicarse con tal o cual Espíritu; con el tiempo, el Espíritu de identifica con el médium, y con el evocador. Dejando a parte la cuestión de simpatía, se establece entre ellos relaciones fluídicas que hacen la comunicación más pronta; por esto la primera conversación no es siempre tan satisfactoria como se podría esperar, y es también los mismos Espíritus los que piden se les vuelva a llamar. El Espíritu que esta acostumbrado a venir está como en su casa, familiarizado con sus oyentes y sus interpretes; habla y obra más libremente.
En fin, de lo que se ha expuesto resulta; que la facultad de evocar a cualquier Espíritu no implica para el Espíritu la obligación de estar a nuestras ordenes; que el puede venir en un momento y no en otro, con tal médium o tal evocador que le plazca y no con el otro; decir lo que el quiere sin que se le pueda obligar a decir lo que no quiera, marcharse cuando le convenga; en fin, que por causas, dependientes o no de su voluntad, después de haberse manifestado asiduamente durante algun tiempo, de repente puede dejar de venir.
Por todos estos motivos, cuando uno quiere llamar a un Espíritu nuevo, es necesario preguntar a su guía protector si la evocación es posible; en el caso de que no lo sea, generalmente da los motivos y entonces es inútil insistir.
Dependiendo del objeto que uno se propone y el ascendiente que se puede tener sobre ellos es que hay o no inconveniente en evocar a los Espíritus malos. El inconveniente es nulo cuando se les llama con un objeto formal, instructivo y con el fin de mejorarles; por el contrario, es muy grande si es por pura curiosidad o diversión, o si uno se pone bajo su dependencia pidiéndoles algun servicio. Los Espíritus buenos, en este caso, pueden darles el poder de hacer aquello que se les pide, dejando a salvo y para más tarde castigar severamente al temerario que se hubiera atrevido a invocarles en su socorro y creerles con más poder que a Dios. En vano se prometería hacer un buen uso para lo sucesivo, y despedir al servidor una vez obtenido el servicio; aun este servicio que se ha solicitado, por pequeño que sea, es un verdadero pacto hecho con un Espíritu malo, y este no deja la presa fácilmente.
Algunas personas, impacientes por ver desarrollarse en ellas la facultad medianimica, demasiado lenta a su parecer, han tenido la idea de llamar en su ayuda a un Espíritu cualquiera, aunque fuera malo, contando poderlo despedir enseguida.
Muchos servidos enseguida a su gusto, han escrito inmediatamente; pero el espíritu, haciendo poco caso de que el objeto de llamarle es porque no podían escribir, no han sido tan dóciles en irse como en presentarse. Se saben de algunos que han sido castigados con obsesiones de años y de todas clases, por las más ridículas satisfacciones, por una fascinación tenaz y aun por desgracias materiales, y las crueles decepciones por creerse bastantes fuertes para alejarles cuando quisieran. El Espíritu se muestra, desde luego abiertamente malvado, después hipócrita a fin de hacer creer o en su conversión o en la pretendida potencia de subyugado para echarle a su voluntad. Es muy importante no caer sin quererlo bajo la influencia de los Espíritus malos, pero lo es más hacerlo voluntariamente, y es preciso evitar que un deseo inmadurado de escribir haga creer que es diferente el dirigirse al primero que se presenta, del que no se podrá desembarazar más tarde, si no conviene, porque nadie pide asistencia a un mal Espíritu impunemente, pues este hace pagar caro sus servicios.
El ascendiente solo se ejerce sobre los Espíritus malos por la superioridad moral. El nombre de Dios que se invoca contra ellos es a menudo impotente y esto es Asi porque no tiene influencia sobre los Espíritus imperfectos sino en la boca de aquel que puede servirse de el con autoridad por sus virtudes; en la boca del hombre que no tenga sobre el Espíritu ninguna superioridad moral, en nombre de Dios, es una palabra como otra cualquiera. ( continúa al día siguiente de este )
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